Villaharta y Don Quijote de la Mancha
Don Miguel de Cervantes cuenta en su hermoso relato que don Quijote acompañado de Sancho Panza salió con rumbo a la Sierra Morena, dirigiéndose hacia el Sur, donde fue a dar con un camino que llamaban de la "Cañada Real Soriana", y al que dijeron que asà se llamaba porque lo utilizaban los pastores sorianos y segovianos en su transhumancia del norte hacia AndalucÃa. Y cayendo la tarde más allá del Cuzna y de la Chimorra, fueron a coronar un puerto donde existÃa un descansadero de ganado y unas ventas. Don Quijote dirigiéndose a Sancho le dijo: aquà hemos de pasar la noche, buen amigo. Se llamaba la Venta de Lope-Hillo, por llamarse asà su dueño. Después de dejar sus cabalgaduras, se acercaron a reponer fuerzas después de un largo dÃa de cabalgadura andante.
Buenas noches, ventero: se presentó Don Quijote. Buenas noches, caballero: le respondió presto el ventero. ¿Qué pueblo es éste, que en la falda del cerro asienta, buen vecino? preguntó. Es la Villa Alta de los señores Páez de Castillejo, señores que aunque viven en Córdoba, pasan grandes temporadas en ella, huyendo del calor estival y tomando sus aguas agrias. ¿Qué es eso de las aguas agrias, buen señor?, volvió a preguntar el hidalgo. Sepa vuestra merced que en estas tierras, de forma natural, brota de la piedra viva un agua que por su sabor llaman agria y cuyas propiedades beneficiosas son para el que las toma. ¿Y cuáles son esas propiedades pues? inquirió el Caballero de la Triste Figura. Debe saber que el uso continuado de ellas, o sea beber al menos un vaso de agua todos los dÃas, hace abrir el apetito al desganado, consuela al deprimido, sana al dolido de riñón, repone el himen de las mal paradas, más otras cosas que no acabo de explicar. Gran cosa debe ser esa agua, Sancho, contestó Don Quijote. Mañana mismo al alba iremos prestos a probarlas y llevarnos alguna con nosotros, pues siendo tantas y tan beneficiosas sus propiedades como decÃs nos servirá para hacer alguna pócima. Y dicho esto comieron copiosamente carne de lechón y durmieron a pierna suelta.
Como tenÃan previsto, al amanecer ensillaron al que fue RocÃn antes y al jumento emprendiendo camino de Córdoba. Al llegar a la villa, pararon en los Grifos, donde numerosas mujeres del pueblo se disponÃan a recoger agua, al lado habÃa unos herreros en plena calle forjando hierros y más abajo, unos hombres se reunÃan en el corral concejo para dirimir las cuitas de la villa.
Se dirigieron por la Moheda para ascender la cuesta de la Matanza, llamada asà por haberse dado antaño una gran batalla entre moros y cristianos, y para otros porque bandidos asaltaban a las lentas diligencias, pararon en un arroyo próximo, donde de una peña manaba abundante agua que por el color que teñÃan las piedras deberÃa ser el agua de fierro, y sacando un pellejo para llenarlo. Sancho, curioso, se dispuso a probarla al instante, con sed y sin comedimiento, echó un trago a la seca garganta y al momento le hizo toser y estornudar a la vez, lo que produjo una gran carcajada en Don Quijote.
"Demonios lleven estas aguas, mi señor". "Es como si mil hormigas entraran en mi garganta", dijo Sancho. "Sabed, Sancho, que hay cosas buenas que se tardan en apreciar, como ocurre con las cosas de la cultura, más llegado el momento llenan y ensanchan nuestras vidas".
Al llegar a la cumbre, divisaron a lo lejos una hermosa ermita, que un caminante le indicó que era el monasterio Pedriquejo, habitada por monjes de la orden de San Benito. Don Quijote pensó para sà que quizás estos monjes protegÃan a los malhechores que asaltaban caravanas. Más a lo lejos, aún no se divisaba la ciudad de Córdoba, pero sà un castillo, llamado de Al Bakkar, donde empezó a imaginar que iba a ser un nuevo episodio de sus nuevas aventuras.